Salma Hayek conto cierta vez que siendo muy joven se sentia acomplejada por su falta de curvas, de modo que decidio rogarle al mismo Dios para solucionar su problema:
“Puse mis manos en el agua bendita e imploré: ‘Dios, por favor, dame unos pechos’. ¡Y me los dio!”
Gracias Señor, gracias.